En la anterior entrada empecé haciendo una analogía de la festa castellera para así relatar parte del percal que viven los ciudadanos de España y Catalunya en este mes de octubre de 2017. Aquella introducción me sirvió para presentar un tema que ocupó la mayor parte de mi tiempo el año pasado, el estudio de la semiótica y la narratología audiovisuales. Esa rutina, que después de un obligado verano sabático, parecía dormida, despertó con los episodios más espeluznantes del denominado procés.
Además, en aquella entrada, señalé la reiteración en el uso del concepto “relato” de la que hacen gala los grandes medios de comunicación, hecho que me empujó a desempolvar los apuntes de mi trabajo de final de grado, con la intención de advertir que algunos periodistas (los de verdad y los que parecen serlo), sabiéndolo o no, están creando los susodichos relatos a partir de ideas y no de hechos. Por último, empecé a definir lo que entendemos por relato, cosa que de alguna manera continuará. El texto que hoy público, viene a reafirmar mis sospechas sobre la manera en la que los relatos del 1 de Octubre se están construyendo, pues como veréis, por casualidades del destino, medios de comunicación encarnados quisieron hacernos partícipe del paripé a mi y a mis compañeros.
En seguida os lo cuento, pero para que se entienda mejor esto de la construcción de relatos y la importancia de lo que ayer me pasó, hay que entender tres cosas: que los relatos socializan; que los relatos esconden la ideología de quien los construye; y que los personajes –protagonistas o antagonistas- de los relatos pueden ser personas, objetos de consumo, procesos o lo que se quiera.
Por partes y de manera muy, muy, muy sintética.
- Que los relatos socializan viene a decir que, a través de la reiteración de mensajes similares y a causa del peso de la parte persuasiva de su estructura (un relato quiere convencer de algo), pueden influir en las conductas de los individuos.
- Que los relatos velan ideologías, quiere decir que, bajo lo que cuentan, en ellos subyacen creencias y una cultura que queda enmascarada por la acumulación de connotaciones.
- Y, finalmente, para ilustrar que los personajes de dichos relatos pueden no ser exclusivamente personas pensad en la publicidad, donde los protagonistas de los anuncios no són los actores y actrices, sinó los bienes de consumo o servicios que se promocionan. Los protagonistas últimos de los relatos del 1 de Octubre son obviamente las distintas soluciones políticas, unión, separatismo y consulta.
Bien, con esto insertado en vuestro coco os explico la anécdota.
Crónica del 27 de Octubre.

Foto: T. González.
Pues hallárase el que escribe sentado el 27 de Octubre de 2017 a las doce del medio día en la avenida Picasso de Barcelona que, para quien no conozca la ciudad, ni esté al día, fue el lugar y el tiempo que albergó a toda alma que quisiera asistir en directo y en persona a la proclamación de la independencia de Catalunya. Acompañáranme dos compañeros, ambos catalanes de pura cepa, pero con planteamientos ideológicos distintos. Unos Estados Ibéricos Unidos serían los anhelos del que teclea, porqué por más que se diga, el independentismo es un movimiento complejo en el que subsisten variedad de motivaciones y anhelos. Mientras escuchábamos a uno de los compañeros (independentista catalanista) narrar a petición mía sus aventuras reivindicativas pasadas, no todas ellas burguesas, ni no todas ellas de final feliz, pasó delante de nosotros una reportera de radio, micro en mano y grabadora colgando. Pasó de largo como tantos otros periodistas habían hecho en el poco rato que llevábamos allí.
De mientras, nuestra conversa se convirtía en un repaso a las manifestaciones a las que nosotros, milenials primerizos y un X tardío, habíamos vivido, que no asistido. Entre ellas, aparecieron reivindicaciones de ámbito local, como una ocurrida en nuestro pueblecito en contra del grupo AUN de Ricardo Sáenz de Ynestrillas. Otras de ámbito estatal como las del No a la Guerra de 2003 y alguna de ámbito internacional como la de Génova contra el G8 en la que murió Carlo Giuliani. Esta deriva nos llevó a comentar algunos videos que corrían por aquellos entonces e incluso a comentar los sucesos narrados en el documental Ciutat morta. De alguna manera, sentados allí, nos mentalizábamos -yo por lo menos- para el peor de los escenarios.
Por suerte, pese a que Barcelona hospedaba en su puerto y sus cercanías a miles de policías de muy mala baba venidos de todo el Reino, y con la consciencia de que la mítica unidad de la nación estaba a punto de ser puesta en jaque, nosotros tres -yo por lo menos- nos consolábamos. Total, las manifestaciones por la independencia venían siendo pacificas, si se obvian, claro, las cargas del 1 de Octubre, que valga decir de paso, que los tres compañeros no sufrimos en nuestras carnes, por tener la familia real, según una leyenda tarraconense, deudas con nuestros pueblos de costa cuyos habitantes, cuenta la leyenda, una vez salvaron de una intoxicación a la tripulación del Giralda, capitaneado por un ancestro no muy lejano de Felipe VI “el preparao”.
En ese silencio que impera cuando uno no se acaba de creer los consuelos, si, ese silencio que a veces nace entre amigos al preferir callar que afear la buena voluntad de la otra parte, advertimos que aquella reportera de radio, que yo ya había olvidado, se había sentado a unos pocos pasos de nuestro triunvirato republicano. Ella, que por ser de radio no era modelo, dejó su micrófono corporativo reposando en su regazo mientras atendía una llamada telefónica.
A uno de mis amigos, que estaba de pie, palo de escoba de madera atado a senyera estelada en mano apoyado al hombro, debió sentir algo así como un sentido arácnido y, con la decencia de esperar a que la periodista acabara de hablar con su interlocutor, se dirigió caminando decidido hacia la trabajadora, convirtiéndome a mí en abanderado interino. De forma cortés, se inclinó, pues todos los personajes estábamos sentados en la calzada de la avenida Picasso con el sol dándonos en la parte izquierda de la frente, e intercambió con ellas unas pocas palabras. Se incorporó, y volvió a nuestra reunión de amigos, quitándose él de jefe de inteligencia y yo volviendo a mi “ni dios, ni rey, ni amo, ni bandera”.
“Qué le has dicho?”. Pregunté mientras le devolvía la estelada.
“Qué si estaba grabando”. Me respondió.
Parece, que mi compañero, quizá algo paranoico, quería saber si la reportera estaba grabando la conversación que los amigos, muy importantes nosotros, estábamos teniendo. La respuesta de la reportera, claro, fue que no.
“Qué más da?”, yo le dije, “si con los teléfonos móviles que llevamos hay más que suficiente para espiar lo que se quiera. ¿Cómo saber que no está grabando una de las dos cámaras de vídeo que hoy en día incorporan? ¿Cómo sabemos que no están los micrófonos activados? ¿Cómo saber si nuestro itinerario queda rastreado gracias al GPS? ¿Cómo saber si dando permiso de acceso a archivos a las apps alguien o algo sabe qué documentos recibimos y enviamos? Qué más da? El gran Hermano nos vigila ya, en algún lugar del ciberespacio hay un perfil y un censo que nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos.”
Nos encogimos de hombros al unísono y miramos unos segundos las musarañas. Otra vez silencio por no molestar. La reportera, se incorporó.